El protagonista de Lo oscuro que hay en mí es Luis, empleado municipal cansado de su vida. De pronto encuentra un bolso con 100.000 dólares que perteneció a su padre. Pero ese dinero no es gratuito. Un amigo de su papá lo contactará para darle algo que debe ir a buscar desde Buenos Aires a Bahía Blanca. Ese algo le permite descubrir que su padre no era el que pensaba. Desde ahí, arma el rompecabezas a través de personajes geniales, que se acoplan a la perfección con la historia. También hay personajes paralelos, que no están más que para ayudarnos a entender quién es Luis. Como la sobrina adolescente que lo excita y a la que mira disimuladamente desde donde puede y que nos tiene en vilo como lectores, porque desde su silencio uno queda en la constante expectativa de qué pasará con ella.

Convertini apela para construir Lo oscuro que hay en mí a diálogos muy buenos, como el que se produce entre el amigo de su padre y él cuando se conocen. Además genera tensión constante: el lector no sabe qué hará Luis ni hacia dónde va la trama. Eso es lo brillante. Tal vez el mejor resumen para explicar la novela sea la frase de Jorge Luis Borges a la que apeló para presentar el libro: “Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es”.

Fiel a sus antecedentes, el autor vuelve a colocar a su natal barrio de Pompeya en la escena y hasta desliza -una vez más- su amor por San Lorenzo. Lo hace de forma indirecta como cuando escribe que “hay un corte en la avenida Caseros. Hinchas de Huracán que protestan por algo”. Lo hizo en otras novelas y cuentos sin ser reiterativo. Ese es otro de los detalles a tener en cuenta en Convertini: su evolución como escritor.

La chance de ser otro

Quienes seguimos su trayectoria literaria encontraremos en Lo oscuro que hay en mí una marcada evolución. Cada día escribe mejor. Obviamente, sin desmerecer sus libros anteriores. En este título el autor nos invita a ponernos en los zapatos de alguien que cuenta una nueva vida, opuesta en todo sentido a lo que había vivido hasta entonces. “No iba a rifar la oportunidad de ser otro”, piensa Luis. El marco es perfecto para que se engrandezcan sus personajes. Como Norma, una mujer de vuelta de todo que en el fondo no puede con su alma (ni con su pasado) y que le dice a Luis algo así como que “nunca se vuelve de la oscuridad. Es un imán que te retiene y no te suelta, y al cabo de un tiempo se vuelve más necesaria que el aire y el agua”.

Por más malos o duros que sean los personajes que nos cuenta Convertini, ninguno se hace odiar. Porque los describe de tal manera que los vuelve demasiado humanos. Estamos, como lectores, al borde encontrar espejos. Tal vez en ese punto es que el libro se vuelve genial.

Cómo no sentir pena, entonces, por ese hombre que aterrado ante el futuro, sólo puede ver desgracias en esa hija enferma a la que nadie cuidará cuando él ya no esté a su lado. Imposible no sentir el dolor del dedo en la llaga, la presencia de un tema que duele y que por doloroso se suele dejar de lado. La desgracia latente, el miedo de saber que a cualquiera le puede pasar algo así. Cuando lean Lo oscuro que hay en mí entenderán mejor de qué hablo.

Otros libros

Nacido en 1961, Convertini tiene una larga trayectoria como periodista, novelista y cuentista. Ganó premios en Argentina y en España. Suele escribir sobre ficción o policiales. También incursionó en la literatura de terror para jóvenes.

En su novela anterior, Los que duermen en el polvo (también de Alfaguara), apeló a la ficción para contar a una Buenos Aires apocalíptica. Parecida a The walking dead pero con el marco del barrio de Pompeya, al sur de Buenos Aires. Nidos de muertos vivientes. Y otra vez el rasgo futbolero, como un párrafo en el que recuerda que una de las autoridades se niega a matar a los muertos vivos que copan la cancha de Huracán, justamente, para no destruirla. Entre hambre, incertidumbre y muerte, Convertini hace hincapié en la maldad humana. También en la resignación. Por ejemplo, “ser feliz es mentirse”, analiza el protagonista.

Antes de llegar a una editorial de las llamadas grandes, como Alfaguara, Convertini había publicado en pequeñas. Y como todo autor que publica seguido, él también tuvo su libro de culto. Se trata de New Pompey (Del nuevo extremo), publicado en 2015. Otra vez Pompeya, otra vez los amigos del barrio, el regreso a la infancia. Tanta es la melancolía que el autor le hace decir a uno de sus personajes que “quizás sea la clave de la felicidad: tener la cabeza fresca, no vivir con el ancla de los recuerdos atada al cuello”.

Como asiduo lector de Convertini, creo que New Pompey es una buena manera de ingresar a su lectura.

Aunque no es el único camino. También está La soledad del mal (Eduvim, 2012), un policial tremendo que arranca palo y palo. No se pueden dejar de lado otras dos novelas, que van entre la ficción y el fútbol: El refuerzo (Ediciones Puntocero, 2010) y El último milagro (Del nuevo extremo, 2013).

En El refuerzo cuenta la historia de un futbolista venido a menos, que quedará lejos de la gloria pero cerca de un submundo oscuro. Transcurre en Avellaneda, con un Racing a punto de irse a la B. Hay barras, dirigentes oscuros y un técnico en retirada. Y aparece la posibilidad de conseguir convertir a un jugador mediocre en una estrella gracias a un chip. Ficción alocada, pero de la buena.

Ideas y personajes

Ya en 2015, la escritora Selva Almada lo refirió como uno “de esos escritores que parecen una usina humana de ideas, personajes y situaciones. Irrumpió hace menos de diez años en el panorama literario argentino y desde entonces no ha dejado de escribir ni de publicar (ni de ganar premios)”. Lo hizo en la portada de Aguante (Notanpüan), otro de los libros de Convertini. En este caso, de cuentos. Uno de ellos se titula “El aleph de Doyle” y es imperdible. Tanto como “Tan viejita y tan sola” o “Uru”, dos relatos tremendos.

Otros de sus libros son Los que están afuera, Terror en Diablo Perdido y El misterio de los mutilados. Como Convertini no para de escribir, es seguro que pronto tengamos un nuevo título suyo. Será más que bienvenido.

© LA GACETA

Alejandro Duchini – Periodista y escritor. Su último libro es Mi Diego (2021).

PERFIL

Horacio Convertini (Buenos Aires, 1961) es escritor y periodista. Sus obras han sido publicadas en Argentina, España, Venezuela, Colombia, Estados Unidos y México. Con Los que duermen en el polvo obtuvo el Premio Celsius a la mejor novela de ciencia ficción, otorgado por la Semana Negra de Gijón (España). Recibió, además, el Premio Municipal de Literatura por Los que están afuera; el Memorial Silverio Cañada por La soledad del mal, y el Extremo Negro-BAN 2013 por El último milagro, nominada al Premio Hammett. Ganó, también, el Premio de Novela Sigmar de Literatura Infantil y Juvenil y recibió la mención de honor como autor destacado del año 2014 de la Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de Argentina.

Los miedos más profundos*

Por Horacio Convertini

Se sentía liviano, como si la densidad de la atmósfera se hubiera aligerado sólo para él. Bajó del 134 con el coche todavía en movimiento. Carreteó canchero hasta la esquina. Ni el verano prematuro ni el viajar parado desde Barracas ni el tedio del trabajo lo habían afectado. Su tendencia natural a la laxitud había sido reemplazada, ese día, por un estado de gracia que se parecía bastante a flotar sin esfuerzo en una caminata lunar. Conocía la causa. No era tonto. Cualquiera en su situación habría sentido algo intenso. A Luis le gustó que lo hallado (ese golpe de suerte que prometía cambiarle la vida) le hubiese provocado apenas una espuma de placidez.

Se acordó de una película de principios de los setenta, especialmente de la escena que se había hecho famosa en las promociones televisivas. Al empleado de una empresa le hacen creer que ha ganado una fortuna con el Prode y el infeliz arma un escándalo gigantesco en las narices de su jefe. Le grita “la oficina se acabó, se acabó, se acabó” y, ante el pedido de explicaciones, ilusionado ferozmente con la mentira, se burla y le dice “ayyyyy, mirá cómo tiemblo”.

Por aquellos tiempos, en la escuela, Lehrman, uno de séptimo B al que le salía muy bien hacerse el payaso, se subía a un banco del patio, sacudía un cuaderno en el aire (el infeliz de la película agitaba un diario, o tal vez los expedientes que tanto odiaba y, creía, iba a sacarse de encima para siempre) y se ponía a gritar “el colegio se acabó, se acabó, se acabó”. Lehrman dibujaba una mueca extraña con los labios y abría los ojos como si le fueran a saltar de las órbitas. Si alguien quería bajarlo, respondía “ayyyyy, mirá cómo tiemblo”, y empezaba a retorcerse con movimientos espásticos. Todos se reían, hasta los maestros.

La escena de la película, que imaginaba con un final desdichado, lo había marcado tanto que, veintipico de años después, lo ayudaba a contenerse, a no dejarse llevar, a entender que ciertas alegrías se disfrutan más, mucho más, en silencio.

* Fragmento de Lo oscuro que hay en mí.